La historia del cine y la televisión está hecha de dúos que funcionan y Black Rabbit es otro ejemplo perfecto de eso.
Black Rabbit es una miniserie de ocho episodios protagonizada y producida por Jude Law y Jason Bateman. Un neo noir que narra la historia de los hermanos Friedkin, Jake (Law) y Vincent (Bateman) en Nueva York. Jake está al frente del restaurante de moda de la ciudad, Black Rabbit y aunque todo marcha de maravilla, la escena inicial anticipa el desastre que vendrá. La miniserie arranca en ese momento, cuando la euforia del dueño del lugar se transforma en pesadilla al ser asaltados por un par de enmascarados en el momento del brindis, cuando Black Rabbit parece haber alcanzado su mejor momento. La trama retrocederá para contar lo que ha pasado, y ahí veremos todos los conflictos detrás de esa noche del inicio.
Jake es un triunfador que parece finalmente haber alcanzado su gran sueño de éxito con su restaurante y bar. Bajo mucha presión, intenta cerrar un nuevo trato, sin preocuparse demasiado de las cosas que debe hacer en el camino. Todo su plan se ve seriamente amenazado cuando su hermano Vincent, metido en asuntos ilegales, debe escapar de Las Vegas de forma urgente. Le pide ayuda a Jake para el pasaje y desde que regresa a Nueva York queda claro que con él vendrán todo tipo de problemas y cuentas pendientes. El triunfador y el fracasado, el frío y calculador que acaricia el éxito y el carismático pero irresponsable que no para de tomar decisiones equivocadas. Parecen muy diferentes pero tal vez tengan mucho en común. La tensión crece a medida que entendemos que todo conduce a esa noche del inicio.
La serie tiene momentos brillantes y otros de una tensión enorme, aunque su deseo de brillar con la estructura de flashback la lleva a dar un par de vueltas de más, postergando un poco de más lo que más importante: en conflicto entre los dos hermanos. Y ahí es donde está todo lo que hace que Black Rabbit valga la pena. Jude Law y Jason Bateman tienen una química espectacular, sus personajes funcionan muy bien y con eso la miniserie tiene su gran capital. De Jason Bateman hace rato que no es necesario decir que es uno de los actores más sutilmente perfectos que existen. Como su personaje, es encantador y destructivo por partes iguales. No busca la empatía del espectador, no actúa nunca para la tribuna, simplemente está ahí y hace su trabajo, lo que lo vuelve muchísimo más efectivo. Jude Law juega con una tarea más ingrata, ser la víctima de su mal hermano, luego bajar para quedar por detrás de él y, finalmente, no hay que anticipar, reencontrarse con el espectador que necesita mantener la balanza equilibrada. La historia del cine y la televisión está hecha de dúos que funcionan y este es otro ejemplo perfecto de eso. Jason Bateman, además, dirige dos de los episodios.

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