Ronald Reagan (1911-2004) fue uno de los personajes más extraordinarios que ha dado la política norteamericana. Estados Unidos, en donde el cine ha hecho biografías de todos los presidentes que ha podido, tendría que haberse lanzado hace rato a contar la vida apasionante de una figura que despertó amores y odios, pero que desde Hollywood a la Casa Blanca ha sido un material cinematográfico puro. Lamentablemente, por los tiempos que corren, de su figura ha quedado solo la parte negativa y se lo ha demonizado por completo, por lo cual ningún estudio ni cineasta de primer nivel apostaría a hacer un retrato sobre él, mucho menos de forma positiva. Cineastas como Oliver Stone, que supo hacer una gran biografía de Richard Nixon, ya no están tampoco en actividad como para aportar una mirada crítica. Malos tiempos para un cine que en cualquier otra época no le hubiera huido a semejante historia. Hoy la agenda es política en el sentido más cobarde del término y el cine americano está en una batalla que nada tiene que ver con hacer películas. Por no respaldar a un político republicano terminan renunciando a un material espectacular. Por ese motivo es que esta biografía de Ronald Reagan queda en manos de un estudio más chico, con un cineasta menos destacado y con un presupuesto limitado. La buena noticia es que Reagan igual hace que la película valga la pena.
Mucha gente tiene una idea equivocada sobre la carrera del actor, su activismo político cuando trabajaba en Hollywood y los problemas que tuvo para abrirse paso cuando su carrera se fue apagando. No fue de un día para el otro y no se trató de un fenómeno mediático que él llegara a lo más alto. Sin embargo, claro, como la película lo demuestra muy bien en sus mejores momentos, su carisma, su aprendizaje como actor y sus convicciones, lo hicieron un candidato irresistible. Su victoria en la reelección fue apabullante. Una vez más, vergüenza debería sentir Hollywood por no haberle dedicado la superproducción que se merecía.
El director de Reagan es Sean McNamara, prolífico director con un par de títulos inspiradores y varias películas malas, entre las muchas casi desconocidas que realizó. Sus ideas conservadoras, a veces asociadas con la religión, lo ha puesto dentro de ese grupo de directores marginales, donde con películas clase B llegan a todos aquellos que rechazan la moda woke del presente. No es un gran cineasta y se nota, acá cumple con reconstruir muy bien algunas postales claves de la vida real, pero cuando se lanza a construir algo más, encuentra sus límites. Algo parecido ocurre con el guionista Howard Klausner, aunque este tiene en su obra nada menos que el guion de Jinetes del espacio (2001) de Clint Eastwood. Es momento de detenernos y preguntarnos: ¿Por qué Clint Eastwood no dirigió este proyecto? El guion está basado en El cruzado de Paul Kengor, un libro que se centra en la Guerra fría y la lucha histórica de Reagan contra el comunismo desde su juventud. Tanto el libro como la película tienden a mostrar una mirada muy positiva de Ronald Reagan, más allá de pasar por los momentos más conflictivos de su carrera.
Reagan tiene un detalle arriesgado e interesante, pero que está desarrollado de forma demasiado básica. Se toma la libertad de inventar a un agente de la KGB retirado llamado Viktor Petrovich (Jon Voight) para narrar gran parte de la película. Es una buena idea y combina varios personajes de la vida real, pero su ejecución no está a la altura de esa ambición. Volviendo a la coyuntura, Voight es considerado uno de los actores más a la derecha en el presente, lo que también genera rechazo de la crítica progresista. Años atrás, Voight ganó el Oscar por Regreso sin gloria (1978) una película bien a la izquierda en Hollywood. Eran tiempos de mayor libertad para moverse, en cualquier dirección. Cuando nos olvidamos de este narrador y nos entregamos a la vida de Ronald Reagan, la película brilla, mérito del personaje, claro. Pero también del actor que lo interpreta, Dennis Quaid, otra estrella volcada a películas inspiradoras para público conservador. Quaid tiene el carisma adecuado y esto se nota en las escenas claves, como el discurso en el Muro de Berlín o el debate presidencial. Como Nancy Reagan aparece Penelope Ann Miller, otro de los rostros muchos rostros reconocibles dentro de la película, la mayoría con carreras hoy algo apagadas.
Reagan merecía y merece una biografía cinematográfica, doblemente por haber sido estrella del Hollywood clásico. Nunca sabremos si tendrá una segunda oportunidad. Ya sea con un largometraje laudatorio o uno crítico. Esta película, simple y limitada, cumple al menos en recuperar su figura cuenta varias historias espectaculares sobre su vida. Pero cualquier duda que uno pudiera tener se disipa en la última parte de la película. Cuando la figura de Ronald Reagan es captada a pleno. Con toda su fuerza, su optimismo, su convicción y su grandeza. Es pura emoción el final de Reagan y cualquier crítica se vuelve secundaria frente al desenlace. Este film menor es una película de resistencia frente a la ceguera del Hollywood actual. La crítica, claro, la destrozó con vehemencia, mientras que su público la disfrutó. Qué la industria más importante del mundo, famosa por jamás despreciar una buena historia, no haya querido poner todo en la vida de una de sus figuras más famosas es la señal de malos momentos para el cine. Reagan (2024) es una gran película en tanto que se anima a entregarnos algunas imágenes inolvidables de una estrella que brilló más en la política que en el cine, dejando una imagen inmortal de lo que Estados Unidos significa.
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