La sátira política (perdón por la redundancia) es un género que funciona mejor en la literatura que en el cine y de tanto en tanto llega una película que lo confirma. La imagen vuelve fallida lo que puede parecer brillante cuando un lector disfruta leyendo un libro. Paul Thomas Anderson ha sabido manejarse muy bien en varios géneros, como lo demuestran Embriagado de amor y El hilo fantasma, dos de sus mejores películas, donde supo crear una comedia romántica y un melodrama romántico sin perder su propia identidad. Parece un lujo criticar a Paul Thomas Anderson frente a la pobreza del cine contemporáneo, pero justamente es un lujo que vale la pena darse, porque estamos hablando de cine, no de franquicias o dinero, solo de un artista y su obra. Una batalla tras otra se enfrenta al difícil arte de la sátira y sale perdiendo en varios momentos y ganando en otros.
En el extenso prólogo la película presenta a sus personajes centrales: Pat “Ghetto” Calhoun (Leonardo Di Caprio) y Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor) pareja y miembros del grupo revolucionario de extrema izquierda conocido como French 75. Al rescatar inmigrantes de un centro de detención en California, Perfidia humilla sexualmente al oficial al mando, el coronel Steven Lockjaw (Sean Penn), quien se obsesiona con ella, convirtiéndose en amantes mientras los French 75 siguen con sus atentados.
Cuando Ghetto y Perfidia tienen una hija, él cree que es momento de formar una familia y ella no tiene la misma opinión. El grupo sufre un ataque que los obliga a dispersarse, Ghetto se queda con la bebé y ese es el final del prólogo. El resto de la historia transcurre dieciséis años después, cuando Willa (Chase Infiniti) es una adolescente. Los viejos enemigos volverán a encontrarse y todo volverá a empezar.
La película tiene una mirada ideológica clara, y aunque es una sátira tiene su corazón del lado de los revolucionarios, incluso cuando retrate a algunos como idiotas, traicioneros o directamente de canallas. Lo que tienen enfrente, los invisibles hilos del poder, no tienen ningún atisbo de humanidad, salvo, claro, el coronel Lockjaw, personaje arruinado por una actuación demasiado caricaturesca por parte de Sean Penn. Pero Anderson quiere dejarlo claro: incluso cuando las conspiraciones más siniestras sean verdad, el mundo es un caos imposible de controlar. Los seres humanos son más complejos e impredecibles que cualquier intento de control social. Incluso en lo más alto del poder, el poder es una ilusión. Los French 75 y los Christmas Adventurers Club tienen el mismo delirio mesiánico, salvo que algunos se mueven por pasillos mugrientos y precarios y otros los hacen por pasillos lujosos y bien armados, con aires civilizados pero conductas monstruosas. Ambos están desconectados de la superficie. Una vez pasado el prólogo, la película va ordenándose y mostrando su juego, tal vez de forma subrayada, con algunos momentos de aclaraciones ideológicas para que no se vea como un sátira totalmente imparcial. Es su mundo y se lo respeta, pero se ve algo demagógico por momentos.
Las películas de Paul Thomas Anderson tratan muchas veces de padres e hijos o de relaciones paternales entre dos hombres. Acá los padres son dos y Willa es la siguiente generación que deberá elegir cuál de los dos caminos tomará, por supuesto hablamos de la madre y el padre, el militar no es una opción. ¿Más honesta y sensible que su madre? Probablemente sí. ¿Algo cansado y alejado de la revolución como el padre? Probablemente no. Lo que parecía olvidado por el padre es recordado por la hija. Más que una revolución armada, una resistencia pacífica contra el poder totalitario. La película tiene mucho humor, incluso en lugares donde no lo manifiesta de forma explícita y también algo de corazón, mérito de Leonardo Di Caprio y Chase Infiniti. Es justo sumar a Benicio Del Toro, cuya resistencia es ordenada, relajada y sin sufrimiento, tal vez por su condición de sensei latino. Lo de Sean Penn es para sacarlo del montaje final y reemplazarlo por un personaje de Pixar, porque más berreta no puede ser, aunque el personaje pueda ser interesante.
La película justifica su existencia en la escena de la persecución de autos. Paul Thomas Anderson es un maestro de la tensión y a lo largo de la película su puesta en escena y el uso de la música y el sonido confirman que nadie es capaz de alterarnos los nervios como lo hace él. Pero cuando se lanza a la ruta al final se convierte en un cineasta virtuoso y un maestro del suspenso. Nada sobrio ni sutil, pero terriblemente efectivo. Un mini Reto a muerte (1972) que explica la felicidad de Steven Spielberg con esta película. Hay más cine ahí que en todo lo que hemos visto este año. Hay mucho en Una batalla tras otra eso queda claro. Las monjas parecen sacadas de un Blaxploitation y es fácil ver la conexión entre esta película y el mundo de Quentin Tarantino en algunos pasajes, al igual que los hermanos Coen en otros. Pero no siempre triunfa el cine en la película.
La sátira tiene que ser más pareja en su repartija de dardos y la película no lo es. Tampoco es tan sólida a la hora de jugar con el humor y con el drama. No se trata, claro, de una película para reírse, sino de un largometraje donde con humor se construye una mirada sobre personajes de la sociedad que viven peleando desde siempre. La tentación de pensar que es un retrato contemporáneo le permitirá a la película ganar todos los premios que quiera, pero es la manera en la cual la mediocridad reduce a una obra cinematográfica. Una batalla tras otra puede transcurrir en diferentes lugares del mundo y en cualquier época. Difícil que un espectador no vea ciertos rasgos de su país y su generación. Pero la película no es más valiosa o acertada que, por ejemplo, Bananas (1971) de Woody Allen, una película muy superior a esta, pero hecha por un autor muy distinto. Discutir a Paul Thomas Anderson siempre será más divertido que comparar películas de Marvel entre sí o sufrir una enésima remake de cualquier cosa. Se lo discute desde ese lugar y justamente desde allí, Una batalla tras otra está muy lejos de ser una de sus mejores películas.

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