La coherencia entre lo que buscamos y lo que hacemos define los frutos que recibimos
En más de una ocasión nos sorprendemos pensando: “¿Por qué me pasa esto a mí?”. Es una pregunta que brota cuando los resultados no se parecen a lo que anhelamos, cuando sentimos que la vida nos da menos de lo que merecemos. Pero pocas veces nos detenemos a reconocer que esos frutos no llegaron por casualidad: son el reflejo de la semilla que hemos sembrado con nuestros actos, con nuestras palabras y hasta con nuestras omisiones.
La vida tiene una lógica sencilla y, a la vez, inquebrantable: nadie puede sembrar mangos y esperar naranjas. Queremos éxito en los estudios, pero dedicamos poco tiempo real a aprender. Aspiramos a crecer profesionalmente, pero trabajamos con desgano. Soñamos con vínculos sanos y sólidos, pero sembramos indiferencia o falta de compromiso. Lo que cosechamos no es más que la consecuencia directa de esas siembras diarias, pequeñas o grandes, que marcan el rumbo de nuestra historia.
Este principio incomoda porque nos confronta con nuestra propia responsabilidad. Nos invita a revisar estrategias, a preguntarnos si lo que hacemos hoy nos acerca o nos aleja de la vida que decimos querer. Muchas veces nos instalamos en el autoengaño: repetimos fórmulas ineficaces y esperamos resultados distintos, como si un milagro viniera a corregir la incoherencia. La verdad es que la vida premia la constancia y desenmascara la contradicción.
No se trata de juzgarnos con dureza, sino de despertar. La coherencia no es un lujo reservado para unos pocos; es el camino más directo para transformar aspiraciones en realidades. Ser coherente significa alinear lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Significa entender que el éxito no se improvisa ni la plenitud se hereda: ambas se construyen con actos concretos, sostenidos en el tiempo.
Y como toda reflexión necesita abrirse a lo práctico, estas son algunas semillas que pueden ayudarnos a sembrar de manera más consciente:
- En la vida personal: cuidar el lenguaje con el que nos hablamos y con el que hablamos a los demás; revisar rutinas y preguntarnos si expresan lo que realmente queremos construir; decidir en positivo, eligiendo acciones que nos acerquen al horizonte que deseamos.
- En lo profesional: mantener consistencia entre lo que ofrecemos y lo que cumplimos; ajustar estrategias cuando las condiciones cambian; aprender de los pequeños errores para no repetirlos en grande.
- En lo académico y en el aprendizaje: convertir el estudio en hábito y no en obligación; sembrar preguntas que nos impulsen a ir más allá; elegir métodos que sean coherentes con la profundidad que buscamos alcanzar.
Al final, no existe azar en este terreno: cada quien cosecha lo que siembra. La verdadera pregunta no es por qué me pasa esto a mí, sino qué estoy sembrando hoy para que mañana mi cosecha se parezca a lo que sueño. La coherencia, más que un deber, es una oportunidad para hacer de nuestra vida un proyecto auténtico, con raíces firmes y frutos plenos.

María Cristina Kronfle Gómez - @mckronfle
Abogada y Activista
Columnista www.vibramanabi.com