El que mucho tiene que explicar algo en política, está extraviado. Las doctrinas de shock no tienen cabida en este momento del Siglo XXI. Es imposible demostrarle a alguien que es bueno quitarle sus cosas y cuando se lo intenta, la sensación es que algo no está bien en la cabeza de quien lo pretende.
Pasado es el tiempo de todo aquello que ya fue y que sirve para entender cómo hemos llegado al presente y a comprender, en sociología, los procesos sociales, sus orígenes, valoraciones y cómo aquellas experiencias nos convirtieron en lo que somos. “El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado", pensaba William Faulkner. Desde el positivismo del ´coach-ismo´, muy de moda como el reguetón, "no se puede hacer nada para cambiar lo que ya pasó, pero sí se puede hacer mucho para cambiar lo que viene". Frase de taza.
Historia reciente. La humanidad vivió, en 1955, el inicio de una de las más sangrientas batallas del mundo, con alrededor de 2,5 millones de muertos: la guerra de Vietnam.
Fueron múltiples las causas para la mayor derrota de Estados Unidos en un conflicto bélico, al que se sumó en 1965, con la confianza de que sería una victoria rápida gracias a su abrumadora supremacía militar, pues sus modernos portaaviones, cazas, bombarderos, helicópteros y misiles, retaban al precario ejército norvietnamita y el Vietcong, que apenas tenía rifles, granadas, tanques y artillería antiaérea, con asistencia rusa y china. Los norteamericanos dieron de baja a cerca de un millón de contrincantes, mientras que las estadounidenses llegaron a las 58.000, junto con unos 300.000 soldados muertos de Vietnam del Sur. También perecieron más de medio millón de civiles. Según registros informativos, entre 1965 y 1973, Estados Unidos metió 120.000 millones de dólares para ganar esta guerra. Lanzó aproximadamente 7,5 millones de toneladas de bombas en Vietnam del Norte, Vietnam del Sur, Laos y Camboya, la mayor cantidad registrada hasta hoy en un conflicto armado, incluida la II Guerra Mundial. Mas, el valor, la astucia y la esperanza pueden triunfar sobre la fuerza bruta y la arrogancia, como se lee en el relato bíblico de David contra Goliat.
Pese a los golpes mortales infligidos, el ejército vietnamita y del Viet Cong demostraron fortaleza mental, determinación y resistencia, liderados por un carismático Ho Chi Minh -y, tras su muerte en 1969 de un fallo cardiaco, por su sucesor Ton Duc Thang-. Se alzaron con la victoria. Pero cómo. Hubo estrategia, una determinación brutal y conciencia de inferioridad militar, por lo que aplicaron tácticas como racionar recursos extremadamente, evitar enfrentamientos cuerpo a cuerpo, se camuflaban con la población local para lanzar ataques relámpago nocturnos, por lo general, llevando la lucha hacia la densa jungla vietnamita, donde crearon túneles y trampas para sembrar terror y desconcierto. Pero las batallas diarias las empezaron a conquistar en otras tierras. Precisamente en Estados Unidos.
La política son imágenes. Masacres como la de My Lai en 1968, donde soldados mataron a cerca de 500 civiles, incluidas mujeres y niñas a las que previamente violaron, o de niños consumidos por napalm (combustible) rociado por tropas norteamericanas, conmovieron y horrorizaron a la opinión pública estadounidense y desmontaron paulatinamente el discurso gubernamental de que se estaba “librando una guerra por la democracia y contra un enemigo carente de moral”. Las calles se calentaron. Aparecieron protestas desde muy diversos sectores de la sociedad, estudiantes, trabajadores, activistas por los derechos humanos, organizaciones de derechos civiles, ecologistas y veteranos del conflicto. El rechazo a la intervención de soldados norteamericanos en Vietman fue tan mayoritario como contundente que devino en la orden de retirada del entonces presidente Richard Nixon, en 1975, producto de esa falta de apoyo popular, de la incapacidad de establecer un gobierno estable y diálogos de paz, y el alto costo de mantener la estructura castrense.
Aunque nunca pudo verlo, el ´tío Ho´ auguró "pueden matar a diez de mis hombres por cada uno de los suyos que matemos nosotros. Pero, incluso así, ustedes perderán y nosotros ganaremos".
David contra Goliat. El 12 de octubre anterior, el presidente Daniel Noboa cumplió 690 días desde su ascenso, el 23 de noviembre de 2023. En su campaña comunicó esperanza, que había futuro, que era distinto en pensamiento y acción a la vieja política ecuatoriana. Siguió casi con exactitud los conceptos que plasmó el maestro Jaime Duran Barba en “El arte de ganar”.
Hoy, la percepción de su régimen deja como imagen más vistosa, potente y comentada en la calle y la calle on line, la ejecución de operativos policiales y militares que violentamente intentan frenar los cierres viales y marchas de una protesta social que arrancó liderada por la Conaie y a la que ahora, a más de 20 días de arranque, se han sumado otras organizaciones sociales, colectivos artísticos-culturales, intelectuales y estudiantes, en contra de la subida del precio del diésel, la multicrsisis ecuatoriana y demás ajustes financieros fiscales que pudieron haber nacido de acuerdos mínimos como sociedad, pero que ni mínimamente fueron dialogados.
“Operaciones armadas disfrazadas de convoy humanitario” violentando a manifestantes, como denuncia la Conaie, terminaran abriendo carreteras, sí, pero quizás también mayores fracturas, broncas, resentimientos y más odios en un país que atraviesa más de 1500 días consecutivos de muertes violentas y declarado en conflicto armado interno por el mismo régimen de ADN. Y es en ese contexto que no suena muy inteligente que los protectores de los ciudadanos -policías y militares- sean sus maltratadores. ¿El fuego se apaga con combustible? ¿Y qué sucede cuando el estigma se instala al observar los videos y fotos viralizadas sobre la intervención militar en Otavalo del 14 de octubre en contra de personas comunes, desarmadas?
El que mucho tiene que explicar algo en política, está extraviado. La mayoría de personas en la actualidad se comunican con mensajes rápidos, con contextos más que con textos o grandes discursos. Gracias a la existencia de los celulares y la hiperconexión que vivimos, felizmente, los pensamientos mágicos de los autoritarios, de izquierda o derecha o cualquier cosa, son sobreexpuestos y se interpretan desde lo individual. Las doctrinas de shock no tienen cabida en este momento del Siglo XXI. Es imposible demostrarle a alguien que es bueno quitarle sus cosas y cuando se lo intenta, la sensación es que algo no está bien en la cabeza de quien lo pretende.
La pandemia del coronavirus, más allá de la angustia, dolor y enseñanzas que dejó, fue una especie de curso obligatorio de computación y de las nuevas tecnologías y aplicaciones, pues aceleró el conocimiento y usabilidad de herramientas que, hasta antes del 2020, eran poco conocidas, así como la reinvención de las relaciones sociales y la imposibilidad del pensamiento único. Hoy todos pueden hablar sobre todos los temas que quieran, con la solvencia que otorga el acceso ilimitado a contenidos múltiples. Es mucho más difícil manipular o atropellar a gente que se comunica con el planeta. Son ciudadanos con expresiones individuales más liberadas y espontáneas.
“La realidad es meramente una ilusión, aunque sea muy persistente”. Es una frase que se adjudica a Albert Einstein pese a que no hay evidencia de aquello en ninguna de sus obras o escritos. Muchos la siguen repitiendo igual, pues la realidad es lo que se percibe como tal. Muchas de las ideas antiguas tienen poco éxito hoy no porque sean antiguas en sí, sino porque van a contramano de lo que siente la gente. Y el poder reside donde los hombres creen que reside, escribió George R. R. Martin.
¿Cómo se construye el final de una historia?

Néstor Romero Mendoza
Asesor de comunicación política estratégica
Columnista www.vibramanabi.com 14/10/2025
El arte de ganar – Elecciones y conflicto en América Latina / Por Jaime Duran Barba & Santiago Nieto.