Aquel 26 de julio de 1984 se volvió a romper el invento irracional popular expresado en un concreto “pobrecito el muerto, era buena gente”. Este de acá ni de cerca lo fue. El “Carnicero de Plainfield” sí que era malo, como otros tantos que ya han partido. A Edward Theodore Gein lo llamaban así, siguiendo ese horizonte que tiene la humanidad para crear denominaciones idílicas hacia las deformaciones sociales o individuales que aúpa, generalmente. Era un necrófago, ser que se alimenta de cadáveres humanos que desentierra o que él mismo asesina. Ni la madre de la ciencia ficción, Mary Shelley, autora detrás de Frankenstein, hubiese podido crear un personaje tan profundamente sombrío y siniestro, que bebía y comía en tazas y platos hechos con cráneos humanos, que con la piel de sus víctimas elaboraba máscaras, leggings y forros para sillas, lámparas y otros muebles, que usaba un corsé fabricado con un torso femenino desollado desde los hombros hasta la cintura, que coleccionaba vulvas en una caja de zapatos, y que poseía un cinturón confeccionado con pezones femeninos. De su madre, Augusta Gein, Ed había recibido un adoctrinamiento religioso enfermizo por la verdad única, combinado por un cuidado perturbador ante el cometimiento de pecados y la absoluta desconfianza hacia las mujeres y todo lo que viniese de éstas. De ella heredó la granja, la soledad y la represión. Mas, el bien y el mal no duran para siempre. 1957 marcó la debacle de Gein; el 16 de noviembre fue arrestado por sospechas de homicidio contra la ferretera del pueblo, Bernice Worden. Tras inspeccionar la residencia de Ed, los investigadores encontraron tal cantidad de piezas óseas mutiladas y rotas que fue imposible determinar la cantidad exacta de las y los sacrificados. El 21 de noviembre, Gein fue procesado judicialmente por asesinato en primer grado. Fue declarado inocente por demencia, diagnosticado con esquizofrenia y mentalmente incompetente. Fue encerrado en instituciones psiquiátricas hasta el fin de su existencia. A una persona la conoces verdaderamente cuando le das poder. Ed Gein escribió su legado en la memoria histórica con tinta color y olor sangre.
En ocho episodios de casi una hora cada uno, Ryan Murphy intenta recrear este universo en Monstruo: La historia de Ed Gein (Netflix-2025). Pero queda exitosamente estancado. Lo hace cuando sumerge al espectador en mundos inventados e interconectados abruptamente que quizás solo Murphy puede ver, en eventos no verificados, en historias múltiples que pretenden evidenciar cómo este ladrón de cadáveres y asesino en serie, inspiró la aparición de muchos otros infames más crueles y macabros que él, inclusive. ¿Tiene escenas que provocan morbo y miedo? Absolutamente sí. Y también horror, asco, asombro y dolor.
Monstruo: la historia de Ed Gein es la tercera temporada de una serie basada en célebres asesinatos y asesinos. La primera fue La historia de Jeffrey Dahmer (2022). La historia de Lyle y Erik Menéndez (2024) fue la segunda. Las ejecutorías y herencia del Carnicero de Plainfield fueron infinitamente más grandes de lo que intentó Murphy en esta producción. Tanto así que supo inspirar a Robert Bloch para escribir “Psicosis” (1959), libro llevado al cine en 1960 por Alfred Hitchcock, La masacre de Texas (1974) de Tobe Hopper y El silencio de los inocentes (1991) de Jonathan Demme, una adaptación del libro de Thomas Harris de 1988. Lo de Murphy deja la sensación de buscar convertir a Gein en una tierna víctima del sistema -cliché aparte- y en la cual la misoginia se torna redundante.
Lo que queda del cuerpo de Ed Gein está en una tumba profanada y que no tiene nombre, en el cementerio de Plainfield, el pueblo donde nació, creció, no se reprodujo y descendió al infierno de la locura del fanatismo, el mismo motor y motivo que alguien tuvo para robar su lápida. Pon al lobo a redactar la ley y verás que devorar ovejas no es delito.
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Néstor Romero Mendoza
28/10/2025