El dinero no define quiénes somos, pero sí revela cómo pensamos. Y cuando una organización decide que su pensamiento se basa en la circulación, en la fluidez, en la apertura y en la responsabilidad social auténtica, está diciendo que cree en un mundo donde la prosperidad no es un privilegio aislado, sino un camino compartido.

Cuando hablamos de dinero, solemos reducirlo a cifras, cuentas por pagar, presupuestos y balances, pero la verdad es que el dinero es, ante todo, energía. Y como toda energía, necesita movimiento para mantenerse viva. Cuando se estanca, se vuelve como el agua que queda atrapada en un charco, pierde su vitalidad, se corrompe, se vuelve inútil, mientras que cuando fluye, cuando circula, cuando se transforma en oportunidad y en impacto, adquiere un valor que trasciende al número que aparece en una factura. Esta comprensión no nace de una visión romántica, sino de una lectura muy concreta de cómo funciona la economía emocional, la psicología del liderazgo y la dinámica social, que sostiene a las empresas que verdaderamente perduran.
A lo largo de mi trayectoria he visto que las organizaciones que entienden el dinero, como un recurso vivo, son las que construyen relaciones sólidas, porque no se mueven desde la escasez, ni desde el miedo, sino desde la convicción de que cada intercambio genera un efecto en cadena. Cuando destinamos parte de nuestros recursos a apoyar a otros, cuando subvencionamos cupos para grupos de atención prioritaria o abrimos espacios para quienes no pudieron pagar una formación, pero sí tienen el talento para aprovecharla, no estamos regalando nada, estamos activando una lógica de crecimiento que siempre vuelve. La generosidad no es un gasto, es una inversión estratégica en la salud del ecosistema en el que operamos, porque cada acto de redistribución fortalece a la comunidad que después sostiene a la empresa en los momentos difíciles.
Desde la psicología, sabemos que las personas que viven en modo de supervivencia se aferran, acumulan, cierran el puño, mientras que quienes han desarrollado una mentalidad de abundancia comprenden que abrir la mano no debilita, sino que expande. Desde la sociología entendemos que ninguna empresa crece aislada, que la reputación y la confianza se construyen precisamente en estos gestos que parecen pequeños, pero en realidad reordenan el vínculo entre la organización y su entorno. Y desde la antropología sabemos que la humanidad ha entendido desde siempre que aquello que no circula, muere. Las civilizaciones que ofrendaban parte de sus cosechas, no lo hacían por superstición, sino porque habían comprendido que la fuerza de un pueblo no se medía solo en su riqueza acumulada, sino en su capacidad de compartir.
Ese principio sigue vigente hoy. Cuando una empresa decide que su propósito incluye abrir oportunidades a quienes históricamente quedaron fuera del sistema, está elevando el nivel energético de su propia economía, porque está construyendo sentido, legitimidad, cohesión y futuro. Y eso se refleja en cada área: en la confianza de los clientes, en la lealtad de los equipos, en la calidad de los vínculos que se tejen con el mundo que rodea a la organización.
Por eso, cuando desde KLASS ASESORES hablamos de auspicios, de becas, de subvenciones o de programas dirigidos a personas con discapacidad o a grupos de atención prioritaria, no lo hacemos desde la caridad, ni desde el marketing, lo hacemos desde la convicción de que la riqueza es un circuito. Lo que damos regresa, pero regresa transformado, regresa convertido en alianzas, en oportunidades nuevas, en la certeza de que somos una empresa que no solo factura, sino que trasciende. Y esa trascendencia tiene una traducción concreta en la sostenibilidad empresarial, porque las compañías que comprenden la ética como parte de su estructura financiera, son las que logran resistir, adaptarse y crecer incluso en tiempos de incertidumbre.
Al final, el dinero no define quiénes somos, pero sí revela cómo pensamos. Y cuando una organización decide que su pensamiento se basa en la circulación, en la fluidez, en la apertura y en la responsabilidad social auténtica, está diciendo que cree en un mundo donde la prosperidad no es un privilegio aislado, sino un camino compartido. Ese es el tipo de economía que queremos construir, esa es la energía que elegimos mover y ese es el legado que queremos dejar, porque cuando la riqueza fluye, la vida también.

Erick Lasso
Ingeniero en Administración de Empresas y Máster en Gestión Estratégica y Alta Dirección
Gerente General de KLASS ASESORES - @klassasesores
Columnista www.vibramanabi.com
21/11/2025