Jay Kelly no es una historia nueva ni necesita serlo. Es algo así como una road movie (aunque incluya varios medios de transporte) cuyo protagonista se ve empujado a reflexionar sobre su propia vida, sus decisiones y el camino que lo ha traído hasta su presente. Es la misma narración que Ingmar Bergman hizo en Cuando huye el día (Smultronstället, Suecia, 1957) y qué tan bien reversionó Woody Allen en Los secretos de Harry (Deconstructing Harry, 1997). Acá el personaje central no es ni un profesor ni un escritor, sino una estrella de cine llena de fama y dinero. Todo lo que ha logrado delante de una cámara es inversamente proporcional a lo que ha sacrificado fuera de ella en lo que respecta a los vínculos cercanos, familia, amigos y compañeros. En el trayecto a recibir un homenaje en Italia, Jay Kelly revisa toda su vida. La estrella veterana es interpretada por George Clooney en un papel que es fácil asociar al actor en el mundo real. La tentación de los críticos mediocres y los espectadores perezosos es creer que todo es autorreferencial y por lo tanto autobiográfico. ¡George Clooney se interpreta a sí mismo! Pero para eso la película tiene una respuesta clara y completamente inapelable: ¿Sabés lo difícil que es interpretarse a uno mismo? Pasados dos o tres chistes que aparecen al inicio, difícilmente Jay Kelly sea igual al George Clooney detrás de cámara.
El guión de Noah Baumbach y Emily Mortimer (esta última hace un pequeño personaje en la película, además) es universal y trasciende a la estrella alrededor de la cuál gira la historia. Tanto se ha empobrecido el análisis de las películas que todo el mundo cree que el cine es literal. No es necesario ser famoso ni millonario para entender los pesares que puede tener una persona cuando empieza a ver el final del camino que ha recorrido en su vida. No es necesario ser cowboy, astronauta, cirujano o policía para disfrutar de las infinitas historias que ofrece el cine poniendo distintos personajes frente a nosotros. Si la película tiene un costado amable en muchos aspectos no es por congraciarse con la industria sino por la mirada que tiene sobre las criaturas que ha decido retratar de manera comprensiva.
La relación entre el film de Bergman y Jay Kelly es más que evidente y la forma en la cuál convive este con su propio pasado es una copia por momentos exacta de los recursos que utilizó el director sueco hace casi setenta años atrás. También los reclamos, las amarguras e incluso los recuerdos dulces que el protagonista tiene. Es verdad que Jay no es tan anciano como el Dr. Eberhard Isak Borg de Cuando huye el día y tal vez por eso a la película le falte un puntada final para cerrar de manera más sólida. También es cierto que suelta a algunos personajes de forma algo desprolija, pero con los que se queda sabe qué hacer. Básicamente la amistad entre Jay y su manager Ron Sukenick (Adam Sandler) es el corazón de gran parte de los temas de la película. George Clooney encuentra el tono perfecto sin exagerar ni su simpatía ni su tristeza y Adam Sandler está perfecto, como siempre. Un elenco de estrellas acompaña a los protagonistas en un largometraje más tierno de lo que se necesita para ganar premios, pero lo suficientemente cercano a la industria del entretenimiento como para tener todavía algunas chances.
Santiago Garcia
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